Cuando existen una sucesión de hechos desafortunados en los
que uno piensa que nada más puede suceder y solo atrae más cosas, es difícil poder
destacar cosas positivas. Más aun si la sucesión de hechos dura varios meses. Ni
que hablar si esa clase de cosas pasan mientras uno pasa una temporada sentada
en un cráter.
Lo bueno es que un día uno se da cuenta que ese cráter empieza
a incomodarnos y empezamos a salir. Asumimos que revertirlo solo depende de
nuestra buena voluntad y que las cosas pueden no ser tan terribles. Aun cuando
lo son.
Entonces llega un momento en que buscamos rescatar cosas
positivas, que hacemos un balance. Terminamos estropeados pero esas marcas
definitivamente nos fortalecen o nos enseñan otras tantas cosas. A veces cuesta destacar cosas positivas, a
veces hay que buscar demasiado, a veces duele demasiado lo concluido.
Definitivamente esto fue lo que me sucedió. Un estado en el
que no me veía inmersa hace mucho. Un estado repleto de duelos (de todas las
maneras que se puede duelar), de desilusiones, de sentirse sola, inundada,
suspendida. Un sinfín de cosas que todas juntas lograron una reclusión.
Reclusión que sentí necesaria para caer, para sentarme en el
cráter y permitirme asimilar cosas. Dejar de ver mi vida como una película y de
relatarla como tal. De hacerme cargo de cosas que venía acarreando y se sumaron
con otro montón de cosas que pasaron en menos de 365 días.
Como todo es proceso, como no podemos revertir situaciones
en un abrir y cerrar de ojos, estoy en proceso. Pero hay cosas que empiezo a
asimila, y aun con dolor, puedo entenderlas.
incondicional
1. adj.
Absoluto, sin restricción ni condiciones:
le prestó un apoyo incondicional.
2. com.
Adepto a una persona o idea, sin limitación ni condición ninguna:
el político estaba rodeado de sus incondicionales.
Sin limitación ni
condición alguna. Me quedo con eso. Y de eso se trata lo que aprendí.
Pasee por la vida con un estandarte que decía: “soy
incondicional, pedime lo que sea, yo estoy acá”. Y un día yo necesite refugio, un abrazo, una compañía,
y me sentí incondicionalmente sola. Me enfrente a esa catarata de situaciones
que no esperaba llegaran todas juntas. Situaciones que no sucedían hace mucho,
un estado de angustia que me sobrepaso. Y no sentí reciprocidad, ni empatía de
quienes esperaba.Y
ahí es cuando me di cuenta que si tengo una condición. Que sea reciproco, que
el otro también este. Y aprendí a resolver mis cosas conmigo.
Tal vez, era más “fácil” hacerse cargo de las situaciones
ajenas que de las propias. Era más fácil ayudar que ayudarme. Siempre había
espacio para problemas ajenos, pocas veces para propios. Y ahora, aun en
proceso, siento que todo es más real. Aun con dolor, me hago cargo de lo real. Y
no soy plena ni la mujer más feliz del mundo pero al menos voy en un camino más
apropiado, mas mío, más acorde a lo que me hace bien.
Lidiando con el miedo a volver a ese cráter, miedo a que una
pequeña angustia se vuelva un pase directo a ese cráter al que no quiero
volver. Solo pasar a visitar, porque sé que en definitiva pude rescatar muchas
cosas.
Ahora delimito más mi espacio. Tomo distancias prudenciales,
tal vez excesivas. Como digo siempre me
corresponde mi metro cuadrado, quiero que sea respetado. Quiero saber a quién
invito a pasar. Asegurarme que no
compraron la entrada a mi metro cuadrado en la reventa. Que quien sea parte sea
merecedor. No pretendo llenar estadios, no pretendo hacer 50 Luna Park.
Ahora a lidiar con el miedo al cráter, a no excederse con la
restricción de mí espacio. A no estar a la defensiva, y creer que nadie está
autorizado o puede generar disturbios.