sábado, 31 de diciembre de 2011

INSOMNIO

Suelo decir que el problema es no saber. No saber que va a pasar, como será el futuro, cual de los caminos es el correcto. El problema es no saber.

El problema es no saber hasta que es tarde. Ahí, en ese momento, ya no es un problema sino una desgracia. Una desconexión con los afectos, con el entorno y con uno mismo. Soledad, miseria y desesperanza.

Claro, siempre están los amigos dando vueltas pero mi universo es tan personal que la entrada sigue siendo restringida. Parece que la soledad, además de ser una decisión, se agiganta con el paso de las horas, como si cada aguja del reloj destruyera los trozos de pan del camino de regreso a este mundo. Los amigos ayudan y es gratificante saberlos ahí. Sus palabras, sus abrazos, mensajes y presencias. Los amigos que miran desde el jardín porque nunca les he permitido el paso franco a la casa.

Un día moriré y sabré que la mirada triste fue más que una herencia genética. Fue un no saber cómo ni de qué manera expresar el amor, la tolerancia, el compañerismo, la sonrisa. Fue un no saber cómo comunicar, como decir. Paradojas.

Quisiera saber sobre que íes van los puntos. Me equivoco tan seguido que sería mejor escribir siempre con ye y no i. La valoración de las cosas simples, sencillas, los errores que no son perpetuos, los aprendizajes, las miradas en días de sol y bajo la lluvia.

El problema es no saber.

El problema es el enojo, la exigencia interminable de los días, las cuentas internas.
Quisiera ser el tipo más sencillo del mundo y no girar sobre un trompo intelectual a cada momento.

Quisiera verte a los ojos todos los días del resto de mi vida cuando me despierto.
Quisiera abandonar esta inmensa soledad que me aprieta el corazón, que lo estruja, que me mata todos los días un poquito más.

Pero el problema es no saber.

¿Dónde vas soledad? ¿Por qué en mí? ¿Por qué yo?

Llegara el día en que las cosas serán permanentes. Ojala ese día, yo haya encontrado la felicidad.
O algo parecido.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Colores de 2011.


Este año me dispuse a cumplir con los controles médicos anuales. Controles que jamás realice rutinariamente. Tal vez sería más apropiado decir que me dispuse a ponerme al día con migo misma. En todos los aspectos posibles. Por este motivo tuve que sacar turnos para estudios de rutina (situación tediosa que me recuerda porque no me hago chequeos) y me dieron fecha para 2012, por segunda vez. Y la primera no me hice cargo pero la segunda ya me hizo ruidito. De 2011 ya no queda nada.

Padecí 2011. Y palpitando la llegada de otro año siento que lo padecí tanto como lo exprimí. Le saque el jugo a cada una de las cosas que me pasaron. Pero no en 365 días, sino en los 26 años que viví hasta el momento. Si existe un año bisagra en lo que va de mi vida ese fue el 2011. Todavía es.

Viví muchos duelos, en todas las acepciones de la palabra DUELO. Personas. Relaciones. Etapas. Una catarata, no solo de lágrimas. Que no hizo más que ayudar a limpiarme; a sacarme de encima mochilas; a aceptar algunas cosas y combatir otras; a priorizarme; a saber cuándo parar, a disfrutar de distintos detalles que se suponen obvios pero escasean bastante.

“Te diste cuenta el problema que tenes con los limites?”, “O pones punto muerto o andas a quinta”, “Siempre corriendo limites”, “Estas allá arriba o allá abajo”. Y algunas otras tantas frases así me ha dicho la psicóloga unos años atrás. Será una de mis luchas internas eternas. Así como el manejo de la ansiedad, la inconstancia y la inseguridad. Todos estos son algunos de los mambitos que fui tratando de resolver este año. Solo porque entendí que no me estaban llevando a ningún lado que no fuera el mismísimo fondo del cráter.

Equilibrio. Ni tanto ni tampoco. Ni blanco ni negro. Ni fuerte ni despacito. Gris, existe el gris y es el equilibrio perfecto entre los dos límites más claros. En todos los aspectos de la vida, en el abanico de colores que puedo contemplar y buscando la armonía perfecta en esa combinación. No será el equilibrio perfecto, tampoco lo busco, pero equilibrio al fin.

Y si de abanico de colores, de disfrutar de las cosas sin detenerse a evaluar tanto y de equilibrio se trata, me presentaron a los mandalas. Hace una semana exactamente, alguien que vivió muy de cerca mi estadía en el cráter vino a mi casa con un libro de mandalas y una caja de lápices de colores. Broche de oro. Resumen perfecto de mi año. Herramienta indicada, junto con un montón más que se encargan y se encargaran de regularme y mantenerme en equilibrio.

No sé si entendí la filosofía, si abrí mi mente o que sucedió pero hoy es una buena elección. Una elección sana, el nuevo requisito para la toma de decisiones en este nuevo emprendimiento que es mi bienestar.


El Mandala de la foto es el último que pinte. Que no sigue una simetría perfecta, pero describe como me siento y como pretendo seguir sintiéndome.

martes, 6 de diciembre de 2011

Bella.


Ayer me acorde de esas situaciones donde por más que tengamos ganas de gritar no nos sale la voz. De esos momento donde sabemos que corremos contra paredes firmes conscientes que nos vamos a lastimar. De esos días donde no engañamos a nadie más que a nosotros mismos. De esos días que nos dicen que no saltemos, que la pileta está vacía y nos lanzamos sin medir el impacto del golpe. O peor aún, sabiendo las consecuencias.

Hablábamos con, llamémosle “Mi Bella”, mi amiga mágica verdadera. Ella es como la amiga que te imaginas de chiquito cuando tenes amigos invisibles. Creo que nos une nuestra capacidad lúdica. La vida es un juego, pareciera. O al menos, jugamos a que podemos con ella.

Jugamos inteligente. Divertido. Nos hacemos cargo de todos los defectos y mambos que tenemos, pero nos hacemos mucho mas cargo de las mujeres que somos. Y es fantástico hablar el mismo idioma. Idioma de dos mujeres que saben que el mundo no les va a dar todo eso que desean, porque en realidad no lo deseamos tanto. Jugamos. Jugamos a ser millonarias, llenas de hijos, de un marido perfecto y de una casa que te caes de culo.

Ninguna quiere eso. Parecemos las minas mas rayadas del planeta, pero pedimos tan poco.

Ayer te conocí vulnerable y te adore aun mas Hermana. Hablamos un idioma tan parecido. Sentí que las dos crecimos un montonazo y mucho tiene que ver la otra en eso. Adore trabajar con vos, adore San Bernardo con vos. Amo ese cigarrillo que nos presento. Y hubiese adorado vivir con vos. Nos debemos un viaje Bella. No me decido sí que vayamos juntas al Sur, o un All inclusive a que juguemos a ricas, pero tenemos que viajar.



Ayer, vulnerables, reales. Me di cuenta que sabemos frenar a tiempo. Que no corremos contra la pared, que aprendimos a cuidarnos. Que nuestras conversacaciones sobrecargadas de análisis terapéuticos han evolucionado, aunque muchas conversaciones también parecen deja vú de la anterior. Y Bella, nosotras sabemos sacarle el jugo a las situaciones. Tomemos unos exprimidos, brindemos por eso.