Los perros suelen parecerse a sus amos. O tal vez sea al revés, y sean los amos
quienes se parecen a sus perros.
Lo confirmo cada vez que vienen unidos por una correa, en
plan de ver quien pasea a quien.
También suelo cruzarme con gente que se parece a alguna
palabra. L., por ejemplo, es una mujer
que se parece mucho a la palabra pronto.
En ella vive encendido el deseo, la promesa, el imposible.
La mujer que es igual a la palabra pronto vive cerca del mar
y suele confesarme que lo disfruta, que lo recorre con sus ojos verdes y
grandes, que lo examina. Por un momento
duda si no es el mar el que la observa, sorprendido de su similitud a la
palabra pronto.
La mujer que es igual a la palabra pronto me dice que vendrá
a verme, pronto. Yo le creo, claro. Y no puedo pensar en ella de otra manera que
no sea en la proximidad de sus actos, en lo efímero de sus minutos.
La mujer que es igual a la palabra pronto piensa en el
tiempo como un complejo entramado del cual es difícil escapar para vivir una
vida distinta. Sin embargo, de nada se
arrepiente. Proyecta, ecualiza, dilata,
revive y desenfoca a piacere sus ideas, sus días y sus letras.
La mujer que es igual a la palabra pronto me dice “Darío,
pronto”.