viernes, 5 de diciembre de 2008

Desconocidos (Parte I)

Esto comenzó a escribirse con una canción de fondo.
Creo que estábamos en la orilla del lago Futalaufquen, mirando el agua y las montañas, como lo haría cualquier persona que estuviese allí.
¿Qué voy a hacer con tanto cielo para mí?
Creo que llovía. Nos gusta mucho la lluvia. En ese momento, no pensábamos en la lluvia que se suicida contra el techo de mi pieza. Pensábamos en la libertad con una cierta inmunidad. Creo que disfrutábamos más de las palabras porque la lluvia nos estaba besando los labios.
Creo que fue entonces cuando me di cuenta de que leerla era como estar mirándola a los ojos. Sin decir. Sin parpadear. En calma, como un lago que se sienta a esperar el verano.
Desde la otra orilla, me hace sentir el contorno de un mundo pintado con su propia paleta de colores. Siento en su prosa el galope joven de mil metáforas, de mil amores.
Siento, y juro que es así, cada una de sus tristezas, de sus ilusiones, de sus sonrisas. Presiento sus ocurrencias y me dejo sorprender por su atención, por su caricia oportuna.
Se que, en distintos días, en distintos tiempos, caminamos por la orilla del mismo lago pensando las mismas cosas, creyendo en sueños parecidos.
¿Qué voy a hacer con tanto cielo para mí?

Como te digo, amiga de las noches y las palabras, qué gusto me da haberte encontrado. Y qué gusto inmenso poder seguir mirándonos bajo la lluvia.

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