lunes, 8 de diciembre de 2008

Desconocidos (Parte II)

A veces trato de oír las gotas de lluvia clavándose en el medio de ese lago tan nuestro.
Es verdad lo que decís: sé perfectamente como es su sonido. Lluvias de verano. Lagos del alma. Es verdad también lo extraño de la vida, de no haberos visto antes. Tal vez sea porque todo tiene un momento y todo tiene un espacio, un lugar. No lo se.
Leo mis palabras. Leo las tuyas.
Lo maravilloso es saber que en algún punto las miradas se entrecruzan, bailan, se divierten, se acompañan. Las palabras dejan de ser, mientras nos miramos, esas perras negras.
Me gustó eso que escribiste de “…sentarnos en una noche no muy lejana en su orilla….” De alguna manera, es otro cruce de miradas.
Pero como cada noche, con cada palabra, se que viajamos a esos lugares que nos gustan tanto. Se que miramos la noche durmiendo sobre el agua, las estrellas vanidosas amontonándose en un cielo inmenso sólo para que hablemos de ellas mientras tomamos mate, las ilusiones y los secretos compartidos a modo de secreto personal, de confesión maestra. De fondo, el ruido de los grillos y sus secuaces poniéndole magia al silencio. En el medio de todo eso, no se por qué, ni cómo, ni de dónde, estas vos. Ese es el mundo que imaginamos cada noche que hablamos o que nos permitimos un cruce tibio de miradas, de gestos, de palabras. Un mundo sensible, pero no sensibilero, en dónde hasta la oración más vulgar tiene un disfraz de reina, una idea entrelíneas, un beso secreto.

No hay comentarios: